“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo…” dice el autor del libro Eclesiástico del viejo testamento. Y hay un tiempo en que la gente querida se nos envejece, se hace débil y nos necesita más que nunca. Para algunos, ver a sus abuelos o papás envejecidos y necesitados de buenos cuidados se les convierte en una situación inmanejable. Quizás nunca habían pensado que ese día llegaría o si lo pensaron, tampoco se preguntaron cómo lo afrontarían. Otros, simplemente, no tienen la capacidad de incomodarse o desacomodarse para atender a quienes las fuerzas abandonan y se niegan a modificar sus rutinas para dar cabida a una actividad, acaso la más noble de la vida, en la que nadie es más importante que esa persona ya achacosa que espera, con toda justicia, ser acompañada en su inevitable debilidad.
Podríamos decir que cuando los papás o los abuelos envejecen, llega la hora de hacer el turno. Es un turno en el amor y el cariño. Turno de darle, en buena medida, otro ritmo a la vida, otro quehacer a las fuerzas, otro destino a las capacidades y recursos. Alguien nos necesita totalmente en ese momento. Es como un llamado para sacar del corazón las reservas humanas y espirituales que están esperando un momento como este para que otra persona siga viviendo en paz y confianza, aunque haya limitaciones e inconvenientes propios de los muchos años. El turno parte de un primer paso y es el de estar presente, estar ahí, hacerse sentir para lo que sea menester y ojalá con alegría y optimismo. Y hace parte de la vida realizar este turno, por lo que nadie debería tomarlo como una imposición, sino como un deber en el amor que se realiza para felicidad de quien ya no tiene fuerzas suficientes para ver por sí mismo.
El turno es como una estación pausada a la vera del camino. Hay que bajar el frenesí de la vida. Después hay que aprender a seguir el ritmo lento de quien ha envejecido, con paciencia y bondad. Se trata de estar cerca para ver qué se ofrece. A veces la única tarea es sentarse al lado de la persona mayor o enferma y hacer silencio o acompañar con oración o lectura. Velar el tiempo, alumbrar la noche con la buena sensación que da la compañía amorosa, esperar el amanecer como quien ha conquistado un nuevo día para quien pareciera no tener ya fuerzas para contemplarlo en la noche anterior.
Se hace el turno sin quejas ni rezongos. Con espíritu firme y entregado. Se entra al turno siempre con gusto, sin mirar cómo lo hacen o no los demás. Es mi momento de ser bordón para quien sus fuerzas ya no garantizan el mantenerse en pie. Y, desde luego que el turno es una lección de vida. Primero, acerca de cómo somos capaces de darlo todo cuando llega este momento para otra persona. Y, segundo, cómo nos gustaría vernos cuando seamos los que perdemos la fuerza por los tantos años vividos. Dios quiera que cuando seamos llamados por la vida a hacer el buen turno de cuidar a los viejos, solo alegría nos cause esto en el corazón.
Rafael De Brigard, Pbro
Septiembre 30, 2018 – El Nuevo Siglo.